Entre los muchos de los inconvenientes inesperados que el coronavirus ha creado para todo el mundo está lo incómodas que pueden resultar las mascarillas para miopes y personas con astigmatismo.
Todo gran invento parte de un problema que solucionar y la alemana Vanessa Bürkle se dio cuenta rápidamente de los problemas que podía causar el constante empañamiento de las gafas. Especialmente en el Cuerpo de Bomberos de Fellbach, donde es voluntaria.
Así que, después de pensarlo un poco, se le ocurrió una solución sencilla pero ingeniosa: fijó un hilo de silicona en la parte superior de la mascarilla, justo por encima de la nariz. De este modo, el aire exhalado no fluye hacia arriba, hacia los ojos y las gafas, sino hacia los lados. Así nació la OptiMaske, una mascarilla de tela lavable cuyo diseño vale ahora muchos miles de euros.
Sin embargo, la OptiMaske, como cualquier nuevo invento, no está completamente libre de problemas. Para no dañar la silicona, la mascarilla no puede lavarse a más de 40º, pero para matar el virus son necesarios más de 60º. La solución, dice Bürkle, es plancharla.
La OptiMaske se vende en el sitio web de VB Innovation, empresa fundada por Brükle, por 14,98 euros (más gastos de envío). También se pueden comprar máscaras de tela para niños, máscaras FFP2 y máscaras desechables con silicona. Estas últimas siguen el mismo principio de la OptiMask.