Aun siendo ya un problema absolutamente superado gracias a la tecnología —todos nuestros dispositivos cambian la hora ellos solitos—, el tema del cambio de hora sigue apareciendo en casi todas las conversaciones cuando el momento se acerca.
Se trata de un acontecimiento aunque a muchos se antoje fenómeno, porque muchas veces nos ponemos a darle vueltas en bucle a la cuestión y no acabamos. Y lo más gracioso es que ni siquiera queremos llegar a una raíz técnica o histórica del asunto, es que no entendemos la parte más práctica: si son más horas o menos, si la noche se alarga o se acorta, si se acorta, por qué es, si se alarga, no lo entiendo, a ver otra vez, etc.
El fenómeno es, en efecto, ese bloqueo que el cambio de hora provoca en nuestro entendimiento básico y el hecho de que no dejemos de hablar de ello aún cuando nos importa bastante poco. Creo que puede existir cierto consenso en que, aburridas, no estamos.
Porque queremos que las conversaciones de bares sean lo menos absurdas posible, queremos cerrar ya el asunto diciendo con claridad, seguridad y determinación, que el cambio de hora que da entrada al horario de invierno tendrá en la madrugada del sábado 30 de octubre al domingo 31 de octubre. En este caso el reloj se atrasa y las 3:00 h., pasarán a ser las 02:00 h.
Ese pasito hacia atrás rebobinará la noche y nos permitirá, por tanto, dormir, bailar —o lo que quiera que estemos haciendo— una hora más. También, con este cambio de hora, amanecerá y anochecerá antes.